Durante el último cuarto de siglo XIX, Estados Unidos vivió una colosal transformación económica, ya que pasó de ser un país principalmente agrario a convertirse en una sociedad capitalista industrial: para la década de 1870 su economía era la más grande del mundo. Esto provocó la consolidación del desarrollo de la ciencia, y hubo disciplinas que comenzaron a tener un lugar destacado en el panorama norteamericano.
La “fiebre de los dinosaurios” (Dinosaur Rush en inglés) se produjo en las dos últimas décadas del siglo XIX y constituye un episodio de la historia rico en descubrimientos, pero virulento en su origen: se trata del enfrentamiento entre los paleontólogos Edward Drinker Cope y Othniel Charles Marsh.
De amigos a enemigos en el salvaje Oeste
Edward Drinker Cope fue discípulo de Joseph Leidy, uno de los paleontólogos más famosos en aquella época, quien había nombrado el esqueleto casi completo del primer espécimen de dinosaurio descrito en el Nuevo Continente, un hadrosáurido conocido como “dinosaurio pico de pato”: hadrosaurus folkii.
Cope nació en una familia cuáquera —una comunidad religiosa disidente de origen cristiano protestante— y fue un niño prodigio: a los 16 años ya había publicado 37 artículos científicos. Conoció a su mentor en la Academia de Ciencias Naturales de Filadelfia, donde se enamoró de los fósiles y en especial del hadrosáurido. Con 23 viajó a Berlín para una expedición, donde conoció a Marsh.
Othniel Charles Marsh provenía de una familia más humilde, pero con la generosa financiación de su tío, el empresario George Peabody, pudo graduarse en Yale y logró el puesto de profesor de paleontología en dicha universidad. La pasión que sentía por los fósiles, compartida con Cope, hizo que ambos conectaran inmediatamente.
No solo fueron colegas, sino que también fueron amigos: trabajaron a la par, mantuvieron una amplia correspondencia y hasta se homenajearon al uno al otro bautizando nuevas especies con sus nombres (Colosteus marshii y Mosasaurus copeanus). Sin embargo, su luna de miel no duró mucho.
Cope invitó a Marsh a visitar Nueva Jersey, donde se encontraba la excavación de fósiles que conformaba su último proyecto, pero las buenas intenciones le salieron caras: Marsh, ni corto ni perezoso, sobornó al dueño de la cantera para que le enviase los hallazgos a él en lugar de notificar a Cope, robándole así el reconocimiento que merecía.
Bien por celos o bien por afán lucrativo, Marsh tiró la primera piedra en la batalla entre ambos, y no contento con eso terminó de declararla en 1869 al humillar públicamente a Cope por un error que había cometido este al ensamblar el esqueleto de un Elasmosaurus. Cope nunca se lo perdonaría, y su enemistad fue tan encarnizada que Leidy, mentor de Cope, abandonó la ciencia “para no ver la forma en la que ambos están en constante pie de guerra”.
La guerra de los Huesos: una carrera desenfrenada
El enfrentamiento de Cope y Marsh dio lugar a un episodio colmado de hallazgos paleontológicos que se sucedieron con el Viejo Oeste y la fiebre del oro como trasfondo. El crecimiento económico e industrial del país expandió el ferrocarril y los asentamientos militares, y entre el conflicto con los pueblos nativos —que fueron forzados a desplazarse y a vivir en reservas por los blancos que se apropiaron de su territorio— y las bandas de forajidos que recorrían aquellos parajes, realizar excavaciones para recolectar fósiles era una tarea arriesgada.
Pero el afán de demostrar quién podía realizar más descubrimientos convirtió la paleontología en algo salvaje: en la expedición que Marsh dirigió con un grupo de estudiantes en 1870 se dedicaron a profanar cementerios indios, quemar praderas y matar múltiples animales salvajes por placer. Entre rumores de peleas a pedradas y canteras dinamitadas para evitar que otros accedieran a ellas, Jim Secord, historiador de la Universidad de Cambridge experto en esta época, tilda de “desesperadas” las técnicas de los cazadores de fósiles.
Tanto Marsh como Cope invirtieron una cantidad inaudita de recursos para ganarle territorio a otro, y entre los dos dominaron la paleontología de la época. Aunque realizaron contribuciones muy importantes —como el Triceratops y el Stegosaurus de Marsh, o el Camarasaurus de Cope— y aumentaron de forma abrupta la cantidad de nuevas especies descritas, lo que los hizo más famosos no fue esto, sino su rivalidad.
Ambos emplearon todos sus esfuerzos y toda la financiación de la que pudieron disponer —Cope a través de su familia, y Marsh a través de su tío George Peabody— en ganar la competición viajando, excavando y adquiriendo ejemplares, acumulando tantos fósiles que en ocasiones no tenían siquiera tiempo de examinarlos —por ejemplo, un esqueleto casi completo de Allosaurus se encontró años después de la muerte de Cope en una de las múltiples cajas que había guardado pero no había llegado a abrir—.
¿Tablas?
Marsh, descubridor de muchos de los dinosaurios más famosos que conocemos hoy, fue considerado el ganador de la guerra que él mismo había iniciado, identificando 86 nuevas especies de dinosaurios, 30 más que su rival. Sin embargo, el trabajo de Cope fue también muy prolífico: escribió casi 1400 textos científicos y varios libros, siendo autor de un número de obras cinco veces mayor al de Marsh.
Según el profesor Paul Barrat, paleontólogo del Museo de Historia Natural de Londres, “Marsh ganó la guerra de los Huesos en términos de dinosaurios, pero Cope tuvo mayor influencia en términos de biología evolutiva en general”. Algo que podríamos catalogar como un empate.
Pero el verdadero empate llega en el crepúsculo del siglo XIX, cuando ambos mueren arruinados (Cope en 1897, y Marsh solo dos años después) sin llegar a reconciliarse nunca.
¿Quién dijo que la paleontología es aburrida? Nosotros sentimos pasión por ella y nos esforzamos por ensalzar todos los aspectos de interés de los proyectos que pasan por nuestras manos.
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